quarta-feira, 26 de fevereiro de 2014

Muro de Berlim

Rivadávia Rosa
Está devidamente certificado pela experiência, pelos fatos e pelos registros históricos, mas é de se reiterar à exaustão:
Nesse trágico experimento, sob qual “ismo” for prevalece em sua praxis o cinismo, a hipocrisia, a demagogia e o desrespeito a todos os valores e princípios da civilização judaico-cristã, e se caracteriza pela imposição do Partido-Estado e seu regime totalitário: o partido único, a ideologia obrigatória, o controle absoluto da mídia e do ensino, o controle/monopólio dos meios de produção e de distribuição, o terror e sua ameaça permanente, o duplo fechamento do país tanto para entrada saída de nacionais/estrangeiros... isso tudo devidamente demonstrado em suas trágicas experiências de reengenharia socialem que até a fome é instrumentalizada  como política de Estado para a mais vil e desumana submissão da população, ou seja, dos ‘excluídos’ da nomenklatura.
Confira o Editorial do La Nación a seguir.
Rivadávia Rosa, 26-02-2014



A 25 años de la caída del Muro de Berlín
La Nación
A la luz del aniversario de un hito histórico, lo ocurrido ahora en Ucrania y Venezuela cobra una nueva dimensión en la lucha contra el autoritarismo
A fines del año en curso, el 9 de noviembre, se cumplirá un cuarto de siglo desde la caída del Muro de Berlín, con la cual comenzó felizmente a desmoronarse el sombrío imperio soviético. A partir de allí, la existencia histórica del comunismo transitó por su etapa final.

Cuando las protestas populares en Ucrania y Venezuela nos conmueven a todos por la inhumana violencia represiva con la que se las ha enfrentado, es hora de recordar la dimensión criminal del comunismo, respecto de la cual solemos ser indiferentes.

A fin de asentarse y conservar el poder, los regímenes de la era comunista erigieron al crimen en masa como elemento esencial de su sistema de gobierno. Esto, reiteramos, no ha sido evaluado como correspondía, ni desde el punto de vista histórico ni desde el punto de vista moral.

Es cierto, Stalin demolió iglesias en Moscú; Ceaucescu arrasó el centro histórico de Bucarest; el Pol Pot desmontó, piedra por piedra, la catedral de Phnom Penh, y los Guardias Rojos, durante la Revolución Cultural de Mao, destrozaron tesoros históricos inestimables. No obstante, toda esa maldad, sumada, no se compara con el asesinato masivo de hombres, mujeres y niños.

La cifra total de muertos de los que el comunismo es directamente responsable está en el orden de 100 millones de almas. De ellas, unos 65 millones perecieron en China, y unos 20 millones murieron en la Unión Soviética. El referido Pol Pot, en poco más de tres años, asesinó a la cuarta parte de la población total de Camboya. Esta verdadera sumatoria de tragedias enormes no se ha difundido como corresponde. Pero la macabra aritmética con la que se calcula el número de víctimas habla por sí misma.

¿Por qué la historia no califica como debiera a los crímenes del comunismo? En primer lugar, porque los verdugos borraron las huellas de sus crímenes y trataron de justificar con retórica y propaganda aquello que no podían ocultar. Porque, además, combatieron implacablemente a quienes intentaban informar al mundo respecto de la ola criminal desatada. El escritor ruso Alexander Solzhenitsyn fue expulsado de su país; el físico nuclear Andrei Sajarov terminó exiliado en Gorky, y el general Piotr Grigorenko fue arrojado a un hospital psiquiátrico. La intimidación, por lo demás, acompañó siempre el esfuerzo por ocultar y maquillar la realidad.

En nuestro propio continente, los hermanos Fidel y Raúl Castro son responsables de lo que se estima fueron 15.000 fusilamientos de disidentes y opositores que ocurrieron en la Cuba que aún hoy algunos idealizan, quizá por la cobertura derivada de la incesante propaganda comunista, sumada a una inconsciente indiferencia occidental.

Cuando la violencia asesina propia de los regímenes totalitarios aparece de nuevo en nuestra región, es un deber histórico recordar un pasado no muy lejano. Deber que tiene ciertamente que ver con nuestra memoria, porque sobre los millones de muertos inocentes generados por el comunismo se edifica una evidente obligación moral: la de denunciar lo sucedido para evitar que la propaganda pueda borrar hasta su recuerdo.

No en vano Pío XI, ya en 1931, refiriéndose al comunismo en la conocida encíclica Quadrag e simo a nn o , recordó que, para lograr sus objetivos, "no hay nada a lo que no se atreva, no hay nada que respete; allí donde ha conquistado el poder, se muestra salvaje e inhumano hasta un grado que apenas se puede creer y que resulta extraordinario, tal como testifican las terribles matanzas y las ruinas que ha acumulado en inmensos países de Europa Oriental y de Asia".

Esa sabia advertencia sigue siendo oportuna y se halla lamentablemente vigente. Las variantes políticas que, con diferentes disfraces, han pretendido reemplazar siempre desde el autoritarismo al comunismo siguen aferradas a la violencia sistemática como instrumento de poder. Algo que es inaceptable en el mundo que hoy vivimos…
Editorial, La Nación, Buenos Aires, 26-02-2014

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