Está devidamente
certificado pela experiência, pelos fatos e pelos registros históricos, mas
é de se reiterar à exaustão:
Nesse trágico experimento,
sob qual “ismo” for prevalece em sua praxis o cinismo, a
hipocrisia, a demagogia e o desrespeito a todos os valores e princípios
da civilização judaico-cristã, e se caracteriza pela imposição do Partido-Estado
e seu regime totalitário: o partido único, a ideologia
obrigatória, o controle absoluto da mídia e do ensino, o controle/monopólio dos
meios de produção e de distribuição, o terror e sua ameaça permanente, o duplo
fechamento do país tanto para entrada saída de nacionais/estrangeiros... isso
tudo devidamente demonstrado em suas trágicas experiências de reengenharia
social – em que até a fome é instrumentalizada como política
de Estado para a mais vil e desumana submissão da população, ou seja,
dos ‘excluídos’ da nomenklatura.
Confira o
Editorial do La Nación a seguir.
Rivadávia Rosa, 26-02-2014
A 25 años de la caída del Muro de Berlín
La Nación
A la luz del aniversario de un
hito histórico, lo ocurrido ahora en Ucrania y Venezuela cobra una nueva
dimensión en la lucha contra el autoritarismo
A fines del año en curso, el 9
de noviembre, se cumplirá un cuarto de siglo desde la caída del Muro de Berlín, con la
cual comenzó felizmente a desmoronarse el sombrío imperio soviético. A partir
de allí, la existencia histórica del comunismo transitó por su etapa final.
Cuando las protestas populares
en Ucrania y Venezuela nos conmueven a todos por la inhumana violencia
represiva con la que se las ha enfrentado, es hora de recordar la dimensión
criminal del comunismo, respecto de la cual solemos ser indiferentes.
A fin de asentarse y conservar
el poder, los regímenes de la era comunista erigieron al crimen en masa como
elemento esencial de su sistema de gobierno. Esto, reiteramos, no ha sido
evaluado como correspondía, ni desde el punto de vista histórico ni desde el
punto de vista moral.
Es cierto, Stalin demolió
iglesias en Moscú; Ceaucescu arrasó el centro histórico de Bucarest; el Pol Pot
desmontó, piedra por piedra, la catedral de Phnom Penh, y los Guardias Rojos,
durante la Revolución Cultural de Mao, destrozaron tesoros históricos
inestimables. No obstante, toda esa maldad, sumada, no se compara con el
asesinato masivo de hombres, mujeres y niños.
La cifra total de muertos de
los que el comunismo es directamente responsable está en el orden de 100
millones de almas. De ellas, unos 65 millones perecieron en China, y unos 20
millones murieron en la Unión Soviética. El referido Pol Pot, en poco más de
tres años, asesinó a la cuarta parte de la población total de Camboya. Esta
verdadera sumatoria de tragedias enormes no se ha difundido como corresponde.
Pero la macabra aritmética con la que se calcula el número de víctimas habla
por sí misma.
¿Por qué la historia no
califica como debiera a los crímenes del comunismo? En primer lugar, porque los
verdugos borraron las huellas de sus crímenes y trataron de justificar con
retórica y propaganda aquello que no podían ocultar. Porque, además,
combatieron implacablemente a quienes intentaban informar al mundo respecto de
la ola criminal desatada. El escritor ruso Alexander Solzhenitsyn fue expulsado
de su país; el físico nuclear Andrei Sajarov terminó exiliado en Gorky, y el
general Piotr Grigorenko fue arrojado a un hospital psiquiátrico. La intimidación,
por lo demás, acompañó siempre el esfuerzo por ocultar y maquillar la realidad.
En nuestro propio continente,
los hermanos Fidel y Raúl Castro son responsables de lo que se estima fueron
15.000 fusilamientos de disidentes y opositores que ocurrieron en la Cuba que
aún hoy algunos idealizan, quizá por la cobertura derivada de la incesante
propaganda comunista, sumada a una inconsciente indiferencia occidental.
Cuando la violencia asesina
propia de los regímenes totalitarios aparece de nuevo en nuestra región, es un
deber histórico recordar un pasado no muy lejano. Deber que tiene ciertamente
que ver con nuestra memoria, porque sobre los millones de muertos inocentes
generados por el comunismo se edifica una evidente obligación moral: la de denunciar
lo sucedido para evitar que la propaganda pueda borrar hasta su recuerdo.
No en vano Pío XI, ya en 1931,
refiriéndose al comunismo en la conocida encíclica Quadrag e simo a nn o ,
recordó que, para lograr sus objetivos, "no hay nada a lo que no se atreva,
no hay nada que respete; allí donde ha conquistado el poder, se muestra salvaje
e inhumano hasta un grado que apenas se puede creer y que resulta
extraordinario, tal como testifican las terribles matanzas y las ruinas que ha
acumulado en inmensos países de Europa Oriental y de Asia".
Esa sabia advertencia sigue
siendo oportuna y se halla lamentablemente vigente. Las variantes políticas
que, con diferentes disfraces, han pretendido reemplazar siempre desde el
autoritarismo al comunismo siguen aferradas a la violencia sistemática como
instrumento de poder. Algo que es inaceptable en el mundo que hoy vivimos…
Editorial, La Nación, Buenos Aires, 26-02-2014
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