Adolescentes de las áreas
pobres de la ciudad delinquen en barrios acomodados
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Un cartel y una bicicleta recuerdan la muerte de un deportista. Foto: Fernando Frazão/Agência Brasil
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Pedro Cifuentes
El lago de Río de Janeiro,
oasis urbano y futuro escenario olímpico, se ha convertido en un sitio
francamente peligroso para hacer deporte. Sirve de ejemplo perfecto para la
paradoja constante que envuelve la cidade maravilhosa: sus tranquilas orillas,
donde las clases favorecidas hacen ejercicio matinal frente a un paisaje
idílico, se convierten al anochecer en un apostadero predilecto de adolescentes
pobres y drogados que acechan a víctimas despistadas. “Antes amenazaban con
cuchillos para llevarse las bicicletas, pero en los dos últimos meses han
apuñalado ya a cuatro personas”, explica Jorge, propietario del negocio de
alquiler Stella Maris, que renta bicicletas a diez reales la hora. El último de
los apuñalados, el cardiólogo Jaime Gold, de 57 años, murió el martes en el
hospital tras haber recibido tres puñaladas en el abdomen, sin previo aviso, de
dos jóvenes que le interceptaron mientras pedaleaba. Sin bicicleta y sin
cartera, dejó un reguero de sangre mientras pedía ayuda angustiosamente frente
a uno de los barrios más acomodados de la ciudad, a las seis y media de la
tarde, ya noche cerrada en esta época del año.
La policía ha apresado esta
mañana al adolescente acusado de los hechos en la Favela do Mandela, Zona Norte
de la ciudad. Tiene 16 anos y ha pasado ya 15 veces por la comisaría: todos
ellos hurtos y robos con violencia en los barrios más prósperos de la zona sur,
adonde grupos de adolescentes de las áreas pobres bajan a delinquir tras
proveerse de estupefacientes en los territorios dominados por el narcotráfico,
donde han crecido, muchas veces en la calle.
Dos días después de los
hechos, una bicicleta negra pegada a la baranda del lago recuerda la memoria
del médico muerto en el lugar exacto donde fue atacado. El vehículo está
rodeado de flores, mensajes y datos sobre la violencia en Río; pintura roja,
que recorre todo el ancho del carril-bici, simula los charcos que dejó Gold
(padre de dos hijos) mientras gritaba socorro, antes de ser ayudado por un
médico de 33 años que venía corriendo y encontró al moribundo apoyado sobre un
árbol. Unos turistas gozosamente desinformados pasean en un tándem y toman
fotos del espectacular paisaje del lago, rodeado de ‘morros’ y vegetación, a
sólo unas cuadras del mar. Felipe, un carioca de 51 años que lleva a su hija en
bicicleta a almorzar a casa, para solemnemente frente a la bicicleta negra.
Hace este trayecto entre Botafogo e Ipanema seis veces al día. La niña abre los
ojos al máximo cuando lee los carteles colocados por la ONG Río-Paz: 1.343
latrocinios (robo seguido de muerte) entre 2007 y 2014, 41.494 homicidios
dolosos, 142 policías muertos en acto de servicio…
“Qué cobardes… No le dieron ni
una oportunidad”, susurra Felipe. Cuando se entera de que el adolescente
sospechoso ha sido ya detenido, y de que se han encontrado navajas y bicicletas
robadas, corta en seco: “Eso no sirve para nada. Saldrá en unos meses”. Señala
el coche de policía que hay apostado al otro lado de la calle, junto a una
gasolinera: “Si hubiese habido un coche de policía ahí ese día, esto no hubiese
pasado”. Otro abuelo ciclista que se ha detenido asiente en silencio, como para
no quebrar el duelo mortuorio. En las aguas contaminadas del lago no se ven hoy
peces muertos que rompan el aparente paraíso donde se celebrarán, en teoría,
las pruebas de remo en los Juegos Olímpicos de 2016. María, una española que
suele ir al lago por las tardes para enseñar a montar en bicicleta a la niña
que cuida, dice estar “horrorizada… La ciudad está cada vez peor, tengo miedo
muchos días. ¿Dónde están todos los policías que vimos durante el Mundial?”.
Lo mismo parece pensar el
máximo responsable de Seguridad en el estado de Río de Janeiro, José Mariano
Beltrame, que consideró “inadmisible” el fallecimiento y destituyó
fulminantemente al comisario-jefe de Leblón horas después del homicidio: “Es un
lugar muy querido por los cariocas”, declaró con gesto compungido. Sólo el año
pasado, más de 220 personas murieron en Río por heridas de arma banca. Es
improbable que esta noche se produzca otro atentado en el lago: en media hora,
además del coche apostado, han pasado ya una pareja de ‘Policía Turística” a
pedales y una de Policía Militar en un carro eléctrico. “Ahora está lleno de
agentes”, ríe Jorge. “¡El viernes no quedará ni uno!”
Título y Texto: Pedro
Cifuentes, Río de Janeiro, El
País, 23-5-2015
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