El Mundo
Portugal se vio ayer asolado
por un pavoroso incendio que causó más de 60 muertos. Se trata de la tragedia
con más fallecidos en un sólo fuego en casi un cuarto de siglo en el mundo, un
dato que revela las dimensiones de un suceso que ha puesto en entredicho la inoperancia
y la alarmante falta de recursos del Estado luso para hacer frente a los
incendios forestales. Una lacra que cada año azota con especial virulencia
al país vecino, sin que se hayan adoptado medidas proporcionales para
combatirla.
La Policía Judicial portuguesa
cree que una tormenta eléctrica es la causa más probable del fuego, cuya rápida
propagación se explica por las "condiciones meteorológicas" adversas,
especialmente, por la combinación de las altas temperaturas y fuertes vientos.
Decenas de vecinos de la comarca que circunda el término municipal de Pedrogão
Grande se vieron atrapados en un infierno de llamas y muchos de ellos
perecieron calcinados en los vehículos en los que intentaban huir. Otros
murieron carbonizados en plena calle. Las autoridades lusas, completamente
desbordadas, movilizaron más de 700 efectivos. Un dispositivo a todas luces
insuficiente para controlar, perimetrar y, finalmente, extinguir un incendio de
proporciones tan devastadores.
No es de recibo que, en pleno
siglo XXI, en un país de la Unión Europea un incendio forestal ocasione un
número de víctimas mortales tan elevado. Máxime teniendo en cuenta los
antecedentes de los últimos años. Lo que muestra este terrible episodio es que,
a día de hoy, Portugal no está preparado para hacer frente al fuego. Ni ha
llevado a cabo las labores preventivas idóneas, ni tampoco dispone de
un dispositivo óptimo para controlar, perimetrar y extinguir los fuegos, lo
que revela no sólo la ineficacia de sus equipos sino una preocupante ausencia
de medios. La crisis y el rescate económico han mermado notablemente la
capacidad de inversión del Ejecutivo luso. Pero ello no es óbice para
desantender una amenaza tan grave y preocupante como la de los incendios, cuyas
dramáticas consecuencias exceden el daño medioambiental.
El fuego de Pedrogão Grande,
de proporciones insólitas en suelo europeo, ha generado un enorme impacto
mundial. Las principales cancillerías, además de la Casa Real española y el
Vaticano, expresaron sus condolencias. Y el Gobierno español, tras una
conversación telefónica entre Mariano Rajoy y el primer ministro portugués
António Costa, envió dos aviones anfibios con 3.500 litros de carga cada
uno. Reforzar la cooperación ibérica debería ser una prioridad
para ambos países, pero la tragedia lusa permite subrayar el riesgo elevado que
también comporta para España la previsión de un verano muy cálido y seco.
Según datos del Ministerio de
Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, cada año más de 100.000 hectáreas
son arrasadas de media en incendios forestales. Es cierto que los protocolos de
coordinación entre administraciones mejoró notablemente a raíz del incendio de
Guadalajara en 2005, que causó 11 muertos. Sin embargo, quedan muchas tareas
pendientes. Urge mejorar las labores de prevención, mitigando
así parcialmente los efectos de la la despoblación y la desertización del
campo; además de reforzar las plantillas antiincendios, dotándolas de mayor
estabilidad y recursos. Pero, sobre todo, cabe reforzar la legislación en aras
de la prevención y del castigo a quien provoca un fuego, especialmente,
teniendo en cuenta que el 55% de los incendios forestales en España entre 2001
y 2014, según la Fundación Civio, fue intencionado. La tragedia ocurrida en
Portugal debe espolear la toma de decisiones para hacer de la lucha contra el
fuego una prioridad en todo el sur de Europa.
Título y Texto: Editorial, El Mundo, 19-6-2017
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